Ruta Las Negras- Cala de San Pedro
Las Negras Cala de San Pedro.
Una experiencia relatada por:
María José García Bueno y Fifi Bueno García.
La Cala de San Pedro es una de las calas de la costa almeriense de Cabo de Gata. La Cala de San Pedro se encuentra aproximadamente a una hora a pie del pueblo de Las Negras, al sur de Níjar.
Hay varias historias acerca del origen de la denominación del pueblo de las Negras.
Cuenta la leyenda que debe su nombre a una tragedia en el mar. Marineros del lugar salieron a pescar y desaparecieron. Sus esposas, que eran las únicas personas que quedaron en el pueblo vistieron de luto y es por eso que empezaron a llamar a la zona, Las Negras, antes se llamaba Los Almacenes.
Otros dicen que el nombre se debe a un desembarco africano que dejó a un grupo de esclavas de color en aquel sitio.
Puede que solo se deba al color oscuro de las piedras que conforman los cerros de los alrededores, roca de origen volcánico. Quien sabe.
Lo cierto es que se trata de un sitio espectacular que merece la pena. El ladrillo no ha conseguido llegar hasta aquí, es territorio protegido, donde las únicas construcciones son el castillo y las chabolas de los hippies que han ocupado la zona.
Podemos acceder a la Cala de San Pedro, caminando o en barco.
Si eres de los que prefiere caminar, debes ponerte botas o en su defecto zapatillas cerradas.. El sendero no es especialmente duro, hay mucha gente intentando acceder por el polvoriento camino, aunque parte de la señalización esta arrancada y la que existe es artesanal( producto autóctono), no tiene perdida.
Antonio es el barquero, cobra entre 6 y 12 euros por llevarte hasta la cala. El peaje depende del momento, de la gente y de lo que necesite ese día. Se nota que prefiere el mar a las personas, me cuenta las historias de la cala mientras dirige su barca entre las rocas con su sabia y firme mano, demostrándome que se trata de un experimentado marinero. Habla de la vida allí, de la pequeña comuna hippie y él, que es todo un taxista marino me da buena conversación, ya que conoce los cotilleos del pueblo a la perfección.
Dice que hace años, debajo del cuartel de la guardia civil, ahora convertido en bar, (uno de los dos que tiene la cala), había una cueva y en la cueva, un okupa. Aquel señor quiso morir en ella, pero cuando enfermó, un helicóptero fue al rescate, aunque el gritaba que no quería salir de su hogar por si se la quitaban.
El anciano murió en el hospital pero el equipo médico tuvo que regresar a la cueva, dónde otros okupas peleaban por quedarse con la vivienda. El asunto se saldó con cinco heridos y un vuelo de vuelta a la civilización, casualmente ese día el fuerte oleaje no peremitía acceder por el mar.
Cuenta Antonio que en invierno no hay más de 30 personas, pero que en verano superan las 500.
Durante el camino hacia San Pedro se ve el islote. Las vistas desde el mirador son maravillosas.
Es una zona protegida. Llena de praderas de posidonia oceánica. Majestuosos meros nadan por los alrededores, ansia de pescadores, que no pueden desembarcar salvo con un permiso especial. Alguien me ha dicho que los fondos son espectaculares para el buceo. Me lo creo, toda la zona es idílica, además se ven los fondos oscuros de las praderas desde la superficie. El agua es transparente, cristalina, refrescante. Hoy el mar está tranquilo, dicen que aquí es lo habitual porque la forma de la bahía la resguarda de los vientos del Poniente. Volveré con al menos unas gafas y un tubo y ya os contare que secretos se esconden bajo estas aguas.
En la playa de San Pedro hay un castillo y un manantial. El castillo estaba
destinado, como casi todas las torres y alcazabas de nuestra costa almeriense a la vigilancia y protección de los ataques de los piratas moriscos. Entrecierro los ojos con la luz del sol al mirar el Mediterráneo y casi puedo imaginarme las galeras bordeando la línea del horizonte y acercándose a tierra firme. .el agua dulce es una de las cosas que hace a san pedro tan especial, un regalo en mitad de la aridez a la que nos tiene acostumbrados esta tierra. El liquido elemento brota sorprendentemente de entre la piedra haciendo habitable la cala.
Después del descanso disfrutando con las evocadoras vistas, estiro los brazos y voy hacia el manantial. Parece sacado de un cuento. Es un oasis en el corazón de Almería, tan agreste en algunas zonas. El agua es perfecta, relaja mirarla, relaja escucharla y relaja sentirla.
Bajo a la arena a descansar y estiro las piernas, nunca había visto una arena tan dorada. Me quito las botas para sentir esa suavidad áurea y caliente rozándome la piel. A mi alrededor hay gente con chanclas, no las recomiendo (rotundamente NO), escarpines y botas para la ruta.
Me llevo una sensación de renovación, éste lugar tan sosegado me transmite mucha paz y curiosamente mucha energía. Es como una recarga. El ambiente es estupendo. Me siento regenerada. Volveré.
Miro un grupo de hippies que hay a mi izquierda, he visto antes sus chabolas, no me resulta raro que hayan elegido este sitio para establecerse, yo también lo haría pero ahora tengo que volver, echo la mirada hacia atrás mirando una vez más la playa antes de irme. Me parece estar oyendo los lamentos de las viudas vestidas de negro, mezclado con el viento entre las cuevas, por sus maridos desaparecidos en el mar, me despido de ellas con el pensamiento y emprendo el camino de regreso a casa.